El dolor

El dolor es la perturbación del bienestar. Es un continuo (de menor a mayor intensidad y duración) de malestar que perturba, de distinta forma, el equilibrio natural del ser.
Ante el dolor el cuerpo responde adaptativamente para
- reducir las sensaciones desajustadas o perturbadoras
- favorecer sensaciones gratificantes
- activar la atención centrada que favorezca el equilibrio y la estabilidad
- estimular la creatividad en busca de soluciones positivas
La bioquímica de las endorfinas propicia una reducción del dolor, favorece una respuesta tranquilizadora, aislante, cobijadora y armónica. Produce un efecto de bienestar y relativa euforia para atender de forma consciente a la realidad operativa.
El equilibrio ordenado y adecuado de carácter adaptativo y natural entre esta bioquímica y la activación central hace que el dolor se desvanezca y la capacidad de acción se mantenga. Así, la atención, el pensamiento creativo, el flujo de ideas, la memoria, la organización y otros recursos cognitivos en general se potencian.
El desequilibrio entre éstas dos áreas de activación produce una respuesta entrópica y desorganizada que aumenta la alteración vegetativa, la excitabilidad nerviosa, aumentando el flujo de adrenalina y bioquímica asociada, generando respuestas agresivas y defensivas.
Cuando se propicia una respuesta adaptativa ante el dolor, se consigue un estado fisiológico de relajación, el sistema vegetativo se ralentiza y acepta la quietud y la calma como estado adaptativo para procurar una sensación plena de disfrute y serenidad.
Factores que predisponen a la alteración nerviosa: cuando la sensación de dolor es superior a la respuesta de relajación. Cuando se habilita la negación, la represión, el rechazo o el bloqueo del dolor. El cuerpo se siente amenazado por la propia esencia perturbadora y se activan respuestas bioquímicas de lucha o huída violentas. Se activa el SNV y se desatiende la esencia del dolor.
Aumenta la agresividad y aumenta la sensación o percepción de que la amenaza está afuera, se proyecta hacia el entorno con distorsión de sensaciones, condicionándose rápidamente estímulos diversos como responsables de nuestra sensación de tensión interior, que es la auténtica responsable de la respuesta de desequilibrio y alteración, cercenando la liberación del propio y auténtico dolor. La tensión maquilla y bloquea la sensación dolorosa, pero no la libera, la encierra, la reprime.
La impulsividad propia de la tensión nerviosa, junto con la percepción amenazante reflejada en el entorno, propician respuestas violentas o agresivas de distinta magnitud. Se entra en un círculo de alteración tan elevado y la curva de puntaje de tensión es tan pronunciada, que el desajuste natural sólo se reduce cuando lo que es percibido, equivocadamente como estímulo amenazante, desaparece, bajando de forma brusca la tensión reactiva producida. Así, se refuerza una conducta desajustada ante el dolor como válida, que en lugar de favorecer la reducción del mismo, crea un desequilibrio en la respuesta natural, ajustada a conseguir, el punto de bienestar perdido.
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