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LA PARTE HUMANA DEL MAESTRO

LA PARTE HUMANA DEL MAESTRO

Un maestro es un profesional de la educación. Sólo si el maestro es capaz de exigirse a si mismo para dar lo mejor, podrá alentar en los alumnos el deseo constante de lucha y superación.  Tiene que tener cualidades que estimulen la motivación y el éxito integral de sus alumnos. Necesita cualidades como la paciencia, la comprensión, la indulgencia, la imparcialidad, el respeto, la atención centrada en las necesidades de cada alumno y la honestidad.

Un buen maestro debe educar en el ser, el saber y el hacer. Para ello, debe conocer y respetar a cada uno de sus alumnos, con sus características y especificidades. No debe tratarlos a todos por igual, pero sí, respetarlos por igual. Debe ser imparcial en sus juicios y procurar responder con un trato justo.

No debe utilizar la docencia para demostrar poder sobre los niños.

Debe ejercitar su autocontrol. El descontrol del maestro confunde al alumno y le da un ejemplo pésimo, creándoles sentimientos de angustia y tensión que dañarán y dificultarán la motivación, la sensibilidad y la ilusión de los niños, y que les generará una presión interior innecesaria.

Debe sentirse orgulloso de ser docente y decente.  El buen maestro actúa con el convencimiento de que todos sus alumnos pueden aprender. Los trata equitativamente, reconociendo sus diferencias individuales, que distinguen a un alumno de los demás, y toman en cuenta estas diferencias en su práctica docente. Adaptan su enseñanza basándose en la observación y conocimiento de los intereses de sus alumnos, de sus habilidades, destrezas, conocimientos, circunstancias familiares y las interrelaciones con sus compañeros. 

El buen maestro motiva a sus estudiantes. Es amable y afectuoso, accesible y entusiasta.

El objetivo del buen maestro es conseguir que todos los alumnos puedan y logren ser exitosos en su clase, y no se da por vencido con los estudiantes que van atrasados o responden de forma distinta a lo esperado.

Una condición fundamental del buen maestro es su compromiso con la formación humana. Formar es influir en la manera de ser y actuar de los alumnos, y es un proceso que involucra tanto la razón como la sensibilidad. Por ello debe intentar potenciar su ecuanimidad  y descartar cualquier procedimiento humillante o vejatorio, que menosprecie al niño (censuras en público, faltas de respeto e imparcialidad...).  Esto puede despertar en los niños una fuerte carga de agresividad o un sentimiento de frustración personal, generando intensas inseguridades que dañarán su exoestima, su autoestima y su equilibrio emocional.

El maestro debe ser capaz de expresar y sentir ternura, contagiar a sus alumnos de actitudes de respeto hacia sí mismos, de entusiasmo y calidez en su relación con los otros, de autoconfianza y valoración de sus posibilidades.

La autoridad ha de exhibirla lo menos posible. Cada vez que se emplea se expone a un riesgo y sufre un desgaste. Tan grave es no usar la autoridad cuando es preciso hacerlo, como emplearla de modo tan reiterada que acabe por perderla.

 

SI UN MAESTRO NO PUEDE O NO SABE RESPONDER CON ESTAS ACTITUDES, ES RESPONSABLE DE UNA MALA PRAXIS PEDAGÓGICA.

CUALQUIERA QUE CONSTATE QUE POR INCOMPETENCIA PERSONAL, UN MAESTRO DAÑA A UN NIÑO, NO PROCURÁNDOLE UN TRATO HUMANO DIGNO, ES TAN CÓMPLICE DEL DOLOR QUE SE GENERA COMO DE LA PERTURBACIÓN  QUE, PARA EL RESTO DE LOS COMPAÑEROS, IMPLICA  NO HACER NADA.

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